jueves, 16 de julio de 2015

Crítica de "La traducción de la anarquía" en Cultura En Guada

Anarquismo para todos los públicos

     
      
Martes, 07 Julio 2015  | RUBÉN MADRID
Portada del libro.
‘La traducción de la anarquía. El anarquismo en Occupy Wall Street’. • Mark Bray, con prólogo de Carlos Taibo.  Editorial Volapük.  Guadalajara, 2015.  494 páginas.

¿Cuánto hay de anarquismo –no de caos y barbarie, sino de democracia directa, organización asamblearia, rechazo de líderes– en movimientos como Occupy Wall Street (OWS), que es el que analiza Bray, o el 15M español, con el que constantemente hay inevitables paralelismos?
El libro es una respuesta a esta pregunta. Una respuesta afirmativa. El propio título del libro, ‘La traducción de la anarquía’, remite al modo en que los principios y prácticas del anarquismo son trasladados a estos nuevos escenarios de protesta, tal vez con otras estéticas y mensajes, pero manteniendo esa misma esencia política.
Lo apunta en el prólogo el intelectual Carlos Taibo: “cada vez son más las personas que, conscientes de la corrosión terminal del capitalismo y de la proximidad del colapso, estiman que hay que buscar con urgencia otras formas de organizarse y de hacer basadas en la democracia y la acción directas, la autogestión, el apoyo mutuo, la expropiación y la apertura de espacios autónomos desmercantilizados”. Lo que hace este libro, a partir del análisis puntual de los sucesos neoyorkinos, es “un sugerente esfuerzo de adaptación al presente de los principios y propuestas característicos del anarquismo clásico”.
Bray, activista que vivió OWS desde dentro en tareas de prensa, sustenta su trabajo sobre 192 entrevistas que hizo sobre el terreno a los activistas entre diciembre de 2011 y febrero de 2013. Toda su labor reivindica que los nuevos movimientos sociales están influidos mucho más por el anarquismo que por otras corrientes tradicionales de izquierdas, más allá de que los propios activistas se reconozcan o no como verdaderos anarquistas. Frente a la descripción de “una masa homogénea de liberales en un parque”, Bray asegura que el 72% de quienes participaron en ‘Occupy’ “tenían ideas que eran explícita o implícitamente anarquistas”.
El periodista ataca a los colegas de la prensa que no supo o no quiso entender el componente más profundo de la protesta –por ejemplo la toma de decisiones por consenso– y su incapacidad para superar la confusión que les causaba la falta de liderazgo oficial y la propia táctica de ocupación. “La cobertura que nos daban se debía más a su necesidad de sensacionalismo que a una comprensión política del movimiento”. Por eso Bray derriba el muro de la prensa convencional y asegura que para entender el movimiento social hay que mirar detrás de la fachada que lo presentaba únicamente como un fenómeno puntual y mediático.
Pese a todo, Bray también reconoce que gran parte del éxito de OWS (¿también del 15M?) residió en que “logró atraer una capa externa muy grande de liberales y progresistas, agrupados en torno a un núcleo central de carácter predominantemente anarquista (es decir, anticapitalista, antijerárquico y enfocado a la acción directa)”. Así, muchos activistas que no se confesaban anarquistas tenían lo que el autor llama “ideas anárquicas”.
La 'a' minúscula
Pero también ese anarquismo ha mutado. Estamos ante el anarquismo de la ‘a’ minúscula, ante una forma de pensamiento que “insiste más en opciones de estilo de vida y en políticas que no se refieren a la clase, como el ecologismo, y están más relacionados con el mundo de la contracultura”. Por supuesto, nada que ver con los clichés de la clase dominante, que ve en los anarquistas a unos “punks adolescentes vestidos de negro que rompen cosas”.
El libro ahonda en el modo en que se trasladó la protesta a la opinión pública, centrándose en el mensaje central de que “una economía justa es aquella que gira en torno a las necesidades de los seres humanos  que nuestro modelo actual supedita las del 99% al incentivo del lucro del 1%” y que, ante las injusticias, no ha quedado más remedio al pueblo que lanzar formas de organización propias: “Si queremos la democracia de verdad tenemos que construirla nosotros mismos. Por eso estamos en las calles”.
Uno de los aspectos que más preocupa en ‘La traducción de la anarquía’ es la necesidad de mayor organización en este tipo de movimientos. Bray analiza a fondo los mecanismos de funcionamiento de Occupy, como las asambleas, las reuniones de delegados o los canales de comunicación, entra a fondo en debates como los desórdenes de grupos como el Bloque Negro, y al cabo de tantas reflexiones asegura que se ha sembrado la semilla para “una resistencia más duradera”, pero a la vez plantea el reto central de cómo deberá darse el salto del “socialismo en un parque” hacia una revolución más profunda que exige, según el autor, un compromiso ciudadano más profundo que emitir el voto, mediante “la acción directa”.
Bray ofrece en la editorial alcarreña Volapük una reflexión en la que mezcla el testimonio de OWS, el trabajo periodístico a fondo con entrevistas y documentación, el estudio histórico –hay en uno de los capítulos todo un tratado de historia del anarquismo– y por supuesto ensayo, con la aportación de una visión muy personal sobre los nuevos movimientos sociales. El libro, por los constantes paralelismos con el 15M, ofrece muy útiles reflexiones en un momento en que la reacción anticapitalista parece haber renovado sus formas de acción. Reivindica un anarquismo al alcance de todos los públicos, pero sobre todo es un manual imprescindible para el activista del siglo XXI.
Crítica publicada en Cultura En Guada

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