domingo, 14 de julio de 2024

Cazarabet conversa con... Javi Caballero, autor de “La Villa 311”

LA VILLA 311

Entrevista a Javi Caballero en Proyecto Cazarabet

Javi Caballero vuelve con Volapük a publicar una novela de reencuentro de vidas en un barrio argentino en el que años atrás se criaron. El reencuentro abre recuerdos y moldea “nuevas existencias”. 

De Javi Caballero al que ya tuvimos el pacer de entrevistar por su anterior novela, mucho más larga, Viento, pero también editada por Volapük (http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/vientovolapuk.htm) nos agrada su estilo y su agilidad para cambiar de ambientes, escenarios y ubicar los personajes como casi casi títeres…

El autor tiene la virtud de pasar de una historia centrada en la Guerra Civil Española para cruzar, en la actual novela, mucho más corta, el chaco e irse a un barrio de Buenos Aires donde hace que tres amigos, desarraigados por el paso de los días se vuelvan a reencontrar…

Caballero busca la humanidad, aun cuando parece que no la puede haber.

Cazarabet conversa con Javi Caballero:

-Javi, en estos tiempos de distanciamiento humano, de poca empatía…están más de moda que nunca las reivindicaciones literarias que recrean los reencuentros humanos, ¿verdad?, ¿será por qué lo necesitamos?

-La verdad que no sé si están de moda los reencuentros humanos, ni en la literatura ni en la vida real, pero desde luego deberían estarlo. Mas bien estamos en un momento en el que se nos obliga a vivir y soñar por separado, cada uno/a en nuestra burbuja de cristal o tras una pequeña pantalla. Esto sucede menos en los lugares donde el bienestar, tal y como lo conocemos, no existe, donde lo comunitario prevalece por una simple cuestión de supervivencia e identidad. Sobre si lo necesitamos, estoy convencido que sí. Durante la pandemia todxs pudimos experimentarlo, sentirlo, sigue estando ahí. El ser humano necesita el encuentro con lxs otrxs, si no se deshumaniza.  

-¿Qué pretendes "mostrarnos desde esta narrativa porque seguro que te planteaste unos “objetivos”?

-Mi narrativa siempre ha estado ligada de algún modo a la denuncia social. Es algo que termina aflorando siempre en mis poemas, en mis cuentos, y por supuesto en mis novelas, donde el proceso creativo es más estructurado y meditado. La desigualdad, el control social que las élites económicas y políticas ejercen sobre la mayoría de nosotrxs, y cómo todo esto configura nuestra realidad presente, nuestra manera de relacionarnos, de vivir y entender la vida, desencadenando una serie de conflictos internos y externos, independientemente de nuestra posición en el entramado. Construyo historias que pretenden generar conciencia de clase y que a su vez proponen a lxs lectorxs una vía de escape terapéutica; que digan: eh, sabemos cómo y con qué intención hacéis lo que hacéis; pero también: ¿cómo contribuyo yo para que esto sea así y no de otra forma?

-¿Por qué te lanzas a cruzar el Atlántico para contarnos este reencuentro de tres amigos en el barrio bonaerense que les vio crecer en su juventud...

-En el año 2012 marché a Argentina a buscarme la vida, a escribir mi primera novela (Viento) y a vivenciar mi propio proceso migratorio, lo que acabaría convirtiéndose en una experiencia de crecimiento increíble. Esta historia vino conmigo cuando regresé a España en 2015. Empecé a esbozar las primeras escenas en 2017, aunque por entonces andaba desarrollando otros proyectos literarios, además que acababa de iniciar una nueva etapa profesional en Sevilla que se llevaba buena parte de mi tiempo y mi capacidad creativa. Finalmente pude terminarla entre el año 2019 y el 2020. Es un homenaje inmanente y desarticulado hacia todo lo que viví allá, y cómo me ayudó a ser la persona que soy ahora.

-No creo que debamos engañarnos porque el reencuentro que narras aquí, con todo, nos lo podemos imaginar en cualquier barrio de cualquier ciudad de aquí, en Europa o en España…

-Eso es verdad. Sin embargo, soy de la opinión que imaginamos mucho, pero mirar, miramos poco. Sólo hay que recorrer las periferias de nuestras ciudades para vislumbrar la desigualdad, el control social y el tipo de existencias que se desarrollan allí. Creo que tiene que ver con la cercanía. Después de trabajar durante siete años en Polígono Sur y en otros barrios similares lo tengo claro. Muchxs compañeros y compañeras, da igual si se dedican profesionalmente a la acción social o si militan directa o indirectamente en movimientos ciudadanos de base, son capaces de poner el foco en problemáticas que acontecen en otros países y continentes, y sin embargo nunca han puesto un pie en estos territorios que se encuentran tan próximos, en los que las minorías étnicas, lxs inmigrantes y las clases bajas precarizadas son estigmatizadas, aisladas del resto de la ciudad. Resulta bastante llamativo y esclarecedor. Pienso que forma parte de un mecanismo de defensa colectivo, porque en esa cercanía, resulta fácil sentirse responsable de la violencia estructural.

-Y no te creas que, en el entorno rural o menos poblado, nos libramos de según que telarañas atrapan a las personas y a sus “fantasmas”…

-He vivido durante años en el entorno rural, en una aldea de la sierra norte de Guadalajara donde en invierno apenas residen cinco o seis habitantes, y dicho entorno comparte algunos factores determinantes con las periferias urbanas: el abandono institucional, la destrucción los medios de producción tradicionales, la estigmatización de sus habitantes, el aislamiento, la falta de recursos. Esto provoca, como no, problemáticas semejantes y estilos de vida parecidos.

-Yo noto un descosido total socialmente hablando que no conoce fronteras, ¿lo ves así?; y ese descosido atrapa a los jóvenes de una manera descomunal…---aunque, más a o menos, nos atrapó a todas y a todos y nos presentamos en la edad adulta con esas mochilas--

-Nadie se libra del descosido. Aunque no para todxs lxs jóvenes es igual. Lo compruebo cada día en mi trabajo. Las instituciones políticas hablan de igualdad de oportunidades, promulgan la cultura del esfuerzo, del emprendimiento, eso que algunos denominan falazmente meritocracia, pero la realidad es otra.

-Y por muchos medios que tengamos, más que nunca, estamos más incomunicados que nunca, ¿no?;¿por qué?

-Es un problema complejo. Pienso que es más importante la calidad de la comunicación que la cantidad, y esto tiene que ver también con calidez de la misma. En las escuelas enseñan a lxs niñxs a ser buenos capitalistas. Llevan generaciones haciéndolo.

 -Descosido social que va a ir a más aplicándose como se aplican las políticas sociales de Milei o el rodillo neoliberal que, de una manera u otra, impera en Europa…

-Fenómenos como los de Milei se pueden entender asimismo desde la perspectiva de la desigualdad. Lo han votado buena parte de las clases sociales desfavorecidas, cansadas de esperar unas mejoras prometidas durante décadas por otrxs políticxs más preocupados por mantenerse el poder, que por hacer un reparto más justo de la riqueza. Milei no tiene políticas sociales, cuenta con políticas de control social, que suponen además un desmantelamiento parcial del Estado. No obstante, cualquier política social conlleva en mayor o menor medida cierto grado de control sobre la población (como pasa aquí). Cuando estuve viviendo en Argentina, cerca del 70% de la población no tenía una cuenta bancaria, no se fiaban de las instituciones ni de la clase política. Eso fue cambiando. Se volvieron a formular nuevas promesas y esperanzas, pero como para la gente nada cambió, y siguieron teniendo los mismos problemas, y continuaron siendo igual de pobres (si no más,) pues Milei. En Europa sucede algo parecido. Calan los mensajes de odio porque la desigualdad resulta cada vez más evidente y mucha gente trabajadora no puede pagar las facturas o se ve cada vez más cerca del umbral la pobreza (cuando no están sumidos en ella). Uno de los ejemplos más nítidos es el problema de la vivienda y cómo la izquierda implementa políticas paliativas y no verdaderos cambios estructurales. En Polígono Sur, donde tradicionalmente había una abstención electoral del 85%, en los últimos comicios locales y autonómicos se ha reducido al 70%, y la más beneficiada ha sido la extrema derecha. Esto también ocurre en los entornos rurales. Es la venganza de los pobres contra un Estado del bienestar que se diluye y una clase política que no puede ni quiere evitarlo.

-Eres psicólogo, este estudio de la conducta humana frente a todo en la vida te ha ayudado a dibujar como un dibujo básico a rellenar desde esta “La Villa 311”, ¿cómo y de qué manera?

-Aunque soy psicólogo, mi carrera profesional siempre ha estado más ligada a la educación social (de calle). Podría decirse que el educador social es el psicólogo de lxs pobres. Es una profesión creada por el sistema para mitigar los efectos de la desigualdad. Focaliza las problemáticas de las personas, como si ellas fueran las responsables de su situación, no tanto las problemáticas estructurales que se encuentran detrás, que son su origen y las mantienen en el tiempo. Tras veinte años de experiencia trabajando con diferentes colectivos vulnerables he llegado a esta conclusión. Siempre digo que hay que educar más hacia arriba que hacia abajo. Educar a las instituciones, a los organismos oficiales, a esa parte de la sociedad que vive mejor y que no suele pararse a pensar en la suerte que tienen y lo injusto que resulta. Ojalá fuera así. La literatura que hago tiene esta impronta de concientizar, de remover, de alcanzar el plano de los sentimientos, donde todxs somos iguales, sin andamiajes ni jerarquías.

-Es un libro muy dinámico y con muchos diálogos, ¿por qué te lo has planteado así?

-Mis dos primeras novelas, a pesar de ser diferentes, son igual de profusas, rondan las quinientas páginas, y están repletas de descripciones, de contenido explicativo, dejando poco espacio a lxs lectorxs para que rellenen los huecos intangibles. Esta vez me propuse hacer algo más accesible, que fuera directamente al meollo de la cuestión y que permitiera a lxs lectorxs tener una mayor libertad de pensamiento. La estructura, al igual que la trama y el estilo tienen esta intención. Supongo que forma parte de mi evolución como escritor. La voz del narrador no tiene tanto peso como en las anteriores. Quería que los personajes contaran su historia y que lxs lectorxs pudieran ir tirando del hilo por sí mismos. 

-Los personajes, con sus cargas y descargas, ¿son los que llevan toda la carga de este libro? -¿cómo y de qué manera te planteaste su papel, cómo debía de ser cada uno de ellos y demás?

-Sabía que toda la historia debía girar en torno a tres niños tocados por el destino. Esto del destino es una metáfora. Lo que pretendo reseñar es cómo algunos de los acontecimientos de nuestra infancia, para mal o para bien, nos marcan para siempre, forman parte de nuestra esencia como personas y afloran una y otra vez a lo largo de nuestras vidas. A través de ellos y de su reencuentro (como adultos) quería contar aspectos de la cultura argentina que me interesaban y que al mismo tiempo forman parte de mí.     

-Supongo que te has tenido que impregnar del ambiente de Argentina, de sus gentes, juventud, manera de relacionarse…

-Al fin y al cabo viví allá durante tres años; y no fue precisamente un viaje de placer. Tenía plata para aguantar un par de meses, así que me puse a buscar trabajo nada más llegar. Lo encontré en un centro de chicxs especiales, ubicado en el municipio de Belén de Escobar, a 50 kilómetros al norte de Buenos Aires, y allí me quedé. Nunca me hicieron contrato, no pude homologar mi título de psicólogo en la universidad y cobraba menos de la mitad que lxs maestrxs nacionales. Durante un año viví en una chabola sin agua corriente y a cambio cuidaba de los animales de un campo. Allí empecé a escribir mi primera novela, a la vez que trabajaba en un diario escrito desde la perspectiva de mi perra (que me acompañó en esta aventura) sobre las situaciones y experiencias que compartimos (Diario de una perra en Argentina, mi segunda novela). Luego, una compañera de trabajo me ofreció una casa en alquiler que se encontraba en una de las dos villas de emergencia del municipio y no me lo pensé. La casa tenía un grifo y baño con cisterna. Fue como volver a descubrir el fuego. Cada tres medes tenía que salir a Montevideo para renovar mi visa, aunque al final decidí dejar de hacerlo porque no podía arriesgarme a que me denegaran la entrada. En mis días libres bajaba en colectivo a Buenos Aires para conocer, para indagar, para soñar. Durante mis vacaciones recorrí el país todo lo que pude. Conseguí tener una familia de no-sangre, mucha gente de allá me concedió la argentinidad; disfruté, sufrí, fui feliz, amé, me marchité y renací varias veces. Para muchxs yo era un personaje estrambótico, un gallego extraño (así nos dicen a los españoles allá) que hacía terapia en su tiempo libre con la chavalería del barrio (también con alguna de sus familias), y como se negaba a cobrarles ni un peso, me traían huevos frescos, milanesas o paquetitos de mate. No sólo me impregné del ambiente de Argentina; este me atravesó.       

-Pero aún más de la vida particular y diferencial de los barrios argentinos… ¿Tan diferentes son a los de las urbes de aquí?

-Hay semejanzas indelebles y diferencias luminosas. En Europa, estos barrios los crean los Estados. La mayoría de las villas miseria en Argentina (al igual que ocurre en otros países del entorno) son creadas por la gente que no tiene otro lugar a donde ir. Levantan las casas, junta plata para poner el cableado eléctrico, el alcantarillado, en ocasiones reciben alguna ayuda de la administración, pero no existe una ordenación urbanística como tal. Las favelas brasileiras, las comunas colombianas; guetos urbanos propiciados. En ambas orillas, son territorios creados por la desigualdad, que generan vidas paralelas, donde el talento se roba, donde la diversidad cultural, el sentimiento comunitario y los conflictos continuos, crean una atmósfera particular, única, una idiosincrasia antisistema. La diferencia es la intervención del Estado.  

-¿Qué te hizo marchar a narrar los de allá, qué te llamó la atención?

-Decidí ir a Argentina para seguir la estela de algunos de mis escritores favoritos: Borges, Cortázar, Onetti, Sábato. Fue así de simple. Quería empaparme del lenguaje, de los espacios, de la expresividad de allá. Mi literatura podría enmarcarse en el realismo mágico. Y considero que el argentino (y la manera de hablar en Latinoamérica en general) es como el jazz o el flamenco en la música: una herejía maravillosa.   

-¿Qué te ha sido más fácil y qué más difícil a la hora de escribir este libro?

-Lo más fácil fue moldear la estructura y desarrollar las líneas argumentales. Estaba todo en mi cabeza. Creo que tiene que ver con la experiencia que ido acumulando como escritor. Cada vez me resulta más sencillo imaginar la trama, las escenas, qué es lo que tengo que contar y lo que debo dejar en manos de lxs lectorxs. Lo más difícil, el lenguaje en sí. En una novela que transcurre en Argentina, con personajes argentinxsdebía reflejar el habla, el ambiente de allá. Cinco años después de haber regresado a España, resultó todo un desafío del que más o menos pude salir.   

-Ya es, al menos que yo sepa, el segundo libro que publicas con Volapük, buena señal, ¿no?; ¿cómo es trabajar con esta editorial?

-Me encanta trabajar con Sergio (editor vocacional), con el que comparto muchos valores tanto a nivel personal como profesional. La experiencia con Viento fue maravillosa desde el principio. Fue mi primera novela y la primera novela que publicó Volapük para su catálogo. Creo que ambos vivimos momentos muy emocionantes tanto durante el proceso de creación como en las presentaciones posteriores. Con mi segunda novela, que se publicó en 2019, no tuve una experiencia tan buena con la editorial, no sentí el mismo acompañamiento, y los valores distaban bastante. Aprendí mucho de ello. Cuando terminé la Villa 311 tenía claro que quería hacerlo con Volapük. Han hecho un trabajo increíble. Seguro que volveremos a repetir.   

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Mas de las Matas (Teruel)

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